En la antigüedad sobre la mejor forma de gobierno, exponen sus argumentos para preferir o descartar tres modelos ideales: la monarquía, la aristocracia y la democracia. Ese supuesto dialogo (las palabras son una versión moderna pero la posiciones y los personajes son reales) ocurrió hace dos mil seiscientos años, en el quinientos cincuenta y dos antes de Cristo. Pero a pesar de que ya la democracia se conocía y había sido probada en Grecia y en Roma, después de la edad media los pueblos de occidente (lo que hoy conocemos como Europa) fueron gobernados durante siglos por reyes y aristócrata, en ocasiones, bajo la influencia muy poderosa de los jerarcas de alguna iglesia (católica y ortodoxa principalmente).
La burguesía, una clase social conformada por comerciantes, banqueros y artesanos que contaban con medios económicos pero no con los títulos de nobleza necesarios para ocupar cargos de poder, presionaba con mucha fuerza para acabar con los privilegios de los nobles. Esos movimientos sociales (popular, intelectual y burgués) fueron consolidándose y tomando fuerza en diferentes lugares de Europa y de América, hasta resultar en las revoluciones que dieron origen a algunos de los estados democráticos que conocemos hoy.
La lucha de la humanidad por la libertad ha sido larga y desigual. Tanto es así que en el presente, una de las metas de los pueblos democráticos del mundo se han propuesto hacer efectiva en el milenio que acaba de comenzar es la igualdad y los derechos para la mujer.
En todo caso la democracia es al mismo tiempo un ideal en evolución permanente sobre como deben ser las sociedades contemporáneas, cual es el desarrollo que deben buscar y como lograrlo, y una realidad que es propia de cada estado, según las formas de gobierno que ha adaptado y los rasgos culturales que llevan los ciudadanos y gobernantes a actuar de una determinada manera.
La actualidad es una visión del mundo en la que se busca que todas las personas bajo la tutela de un estado se sientan libres y con la libertad para participar activamente en los asunto públicos; gozar de las libertades y las garantías que hacen parte de lo que se conoce como derechos humanos e igualmente vigilar que otros puedan gozar de ellos; practicar los deberes ciudadanos (por ejemplo, conocer las leyes y respetarlas, pagar impuestos en la medida que les corresponda, utilizar los mecanismos de participación y decisión colectiva, vigilar que los recursos públicos se inviertan correctamente, etc.)
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